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Conferencia de Paz, ETA, Hegel, Irvin D. Yalom, Kant, libertad, paz, terrorismo, víctimas
Lo he visto. He visto como Patxi López ha llorado. Han brotado las lágrimas de lo que él mismo ha llamado un «contenedor de emociones y sentimientos», es decir, un acto de Partido en San Sebastian. Apenas han bastado 25 metros de escalera para mostrarse tan sensiblemente conmocionado que no ha podido aguantar el sollozo por la emoción del final de ETA. Pero, no ha sido solamente Patxi López, también Rubalcaba ha llorado en San Sebastian. Y, según mismo él ha dicho, durante la noche anterior al acto ha dormido poco y llorado mucho. Y por si faltara alguien, Carles Francino de la cadena Ser también ha llorado: no pudo aguantar la emoción al escuchar una canción en Euskera, y tuvo que dar paso a la publicidad para que sus oyentes no escucharan su llanto. Era tanta la alegría, después de tanto tiempo y tanta muerte, que no han podido exteriorizar su emoción sino con lágrimas en los ojos. Si Rubalcaba, si Patxi, si Francino han llorado, creo que se puede afirmar que el socialismo ha llorado de emoción ante el nuevo tiempo que ha abierto la declaración de ETA.
Pero hay que ser honestos, muy honestos con lo que se dice, con lo que han dicho, y hay que afirmar que las lágrimas han aflorado en el vívido recuerdo de las víctimas. Así lo ha ha intentado decir entrecortadamente el Lehendakari, y así lo ha reconocido quien ha tenido en sus manos, desde hace mucho tiempo, el (des)control del terrorismo en España. «(Des)control» quiere decir simplemente «negociación», es decir, el control a través de la exigencia mutua de condiciones para lograr el fin que este Gobierno se ha propuesto para la política: la Paz. Restrospectivamente, ha hecho falta, primero, una Conferencia de Paz con mediadores internacionales de reputado prestigio en estas lides, segundo, que las instituciones albergaran un partido que representara, en el sentido más político del término, el terrorismo de ETA, y, por último, que los poderes del Estado, con el Ejecutivo a la cabeza, pudieran abrir las puertas de las instituciones para que los (representantes de los) terroristas ocuparan parte del espacio político reservados a los demócratas. Lo advirtió el propio Patxi López allá por el 2006: para hablar de política, lo cual quiere decir hablar en igualdad de condiciones, Otegi y el terrorismo tenían que recorrer el camino de la legalidad. Nuestro Ejecutivo así lo ha hecho. Sólo ocupando un espacio de igualdad en el espacio político ha sido posible la inter-mediación que pusiera a hablar a las partes en una misma comunidad de diálogo. No hay mediación, podemos decir con Hegel, donde las diferencias no son sostenidas por una identidad y donde no puedan capitular, aun manteniéndose como diferencias, en una identidad final. El Ejecutivo, nuestro Ejecutivo, ha sabido preparar estratégicamente esa identidad para que pueda mediarse la diferencia de unos y otros, y ahora, por fin, ha llegado el momento: la asunción de las diferencias en una misma comunidad política. El comunicado de Paz lo ha hecho posible en el País Vasco y, por extensión, en toda España. Las políticas de apaciguamiento, tanteo y flirteo entre el Ejecutivo y el terrorismo han tenido el fin deseado, y, justamente, ahora que el Gobierno ha llegado al final de la legislatura. Solamente desde el final se tiene la perspectiva adecuada para saber que el camino ha sido trazado correctamente, pese a ciertas circunstancias, como las llamó el Presidente. Por ello, aunque una lágrima caiga como elegía por las muertes y las víctimas del terrorismo, otra puede caer por la emoción compartida de la Paz. Quizás ese contenedor de emociones no sea sino una mala metáfora para explicar la satisfacción de la vida del Espíritu cuando se ve a sí mismo con la misión histórica cumplida. Las diferentes oposiciones se han reconciliado en el Espíritu que, avanzando hacia la Paz, reina ya ahí de forma absoluta: ahí han quedado reconciliadas la alegría del fin del terrorismo y la tristeza de la muerte, la oposición de los que han sembrado el terror y de los que lo han sufrido, la diferencia de las víctimas y los verdugos. Se puede llorar porque no cabe más emoción que contemplar el Espíritu de un pueblo en Paz reconciliado consigo mismo.
«Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son». No he podido evitar acordarme de la carta de la madre de Pagaza a Patxi cuando lo he visto llorar. No he podido evitarlo. Conservo esta carta como uno de los documentos más importantes para aprender lo que es una actitud moral en política: no tanto por lo que dice sino por la verdad y firmeza con la que lo hace. Lleva la fuerza, la sencillez y rotundidad de la palabra profética. Por ello me he preguntado por la verdad de las lágrimas de Patxi López y también por la sinceridad de sus palabras. Y, por el peso que tiene en mí las palabras de esta víctima, pienso que Patxi ha derramado sobre su partido lágrimas de cocodrilo: son lágrimas falsas no porque no quisiera llorar sino porque para hacerlo ha tenido que cerrar los ojos y llamar a las cosas por los nombres que no son. En este sentido ha sido falso e inmoral. La inmoralidad en política comienza cuando se destruye la ontología o cuando, si este no fuera el caso, apartamos de nuestra vista la realidad. Sólo sin ver lo que son las cosas se puede trazar una ruta, como se dice ahora, para la Paz. Pero las víctimas no quieren prima facie la Paz. Saben que la mediación lleva consigo la pérdida de la Libertad, de una Libertad que es innegociable y que no puede ser el resultado de algo, ni siquiera de la Paz. «La defensa de la vida y de la libertad y de la dignidad -decía esta víctima en su carta- es más importante que el poder o que el interés del Partido Socialista». Si la Paz no es fruto de la Libertad no será sino una farsa o engaño, porque se rebaja a condiciones políticas aquello que las víctimas reclaman como incondicional y, por tanto, innegociable: el reconocimiento de la dignidad como base para la libertad. Cada uno de los pasos que se han dado para que pueda llegarse a esta situación creo que ha sido vivido por la víctimas como un paso hacia la alienación, hacia la alienación de lo que no son para no tener que ser reconocidas políticamente en la dignidad de lo que son. Puestos a elegir me quedo con las lágrimas de las víctimas porque su dolor es la memoria de una libertad que no está sometida a condiciones y, de este modo, son para el pueblo el recuerdo permanente de la moralidad.