A todos aquellos que, tomando conciencia de que son ciudadanos, trabajan ya renovando la vida política
Un año ha dormido, sin ser despertado, el cuaderno de mis reflexiones. Y, cerrado, ha estado fuera de la mirada de los antiguos lectores. Pero es que se presentan épocas en las que los proyectos en los que uno se ha desvivido tienen que ser dejados a un lado, en parte, porque la vida que los mantenía ha huido a otro lugar, en parte, porque caprichosos acontecimientos rompen la ilusión en la que se sostenían. Las dos circunstancias concurrieron en mí el pasado año por estas fechas con el resultado de que ese cuaderno que, de vez en cuando se abría, se cerró. Sé que, algún día, tendré que dar cuenta, con el detalle del análisis, de las razones que han llenado esta página en blanco y este tiempo de silencio. Los pequeños desengaños y fracturas en la experiencia del mundo, que dan al traste con proyectos iniciados, nos conducen al lugar de nuestra reflexión como el lugar al que volvemos para guarecernos de la intemperie de los fracasos. Baste ahora que sepan mis lectores que, por las cosas que pasan en nuestra España, el Club de la Constitución se dividió y que mi blog hubo de ser sacado de la hornacina en la que estuvo expuesto para buscarle un sitio propio. En un fin de semana tuve que adecentarle un lugar y buscarle un nombre para que, libremente, iniciara su camino; pero, cuando estaba listo, otras ocupaciones se llevaron el vigor que este necesitaba para partir, así que su mirada quedó, como tantas otras, parada e inmóvil en medio de un mundo cuyo movimiento giraba y giraba alejándose en sus revoluciones de la tranquilad del ojo observador con el que mi blog quería ver el mundo.
Pero ni la vida ni sus ocupaciones más internas ni la vuelta a ese saber que requiere el trabajo del espíritu pueden hacer que la mirada, siempre traviesa, no se desvíe de su centro al mundo. Así que, después de mi último e incompleto trabajo sobre la corrupción, nuestra situación política, que se abría a los ojos, se presentaba ocasionalmente a mi mirada con la exigencia, siempre presente en la pre-ocupación, de sopesar el curso del mundo. Si en aquel entonces mi blog tomó por título “Ejercicios inciertos de fenomenología práctica”, fue porque quise volver a la figura del espectador y mantenerme, vuelto del mundo, en el trabajo interior de la reflexión. Pero sobradamente sabemos que esto es vana ilusión porque, pese al esfuerzo de llevar el mundo al reducto de nuestro interior, no es posible algo así como abrir un hueco en el mundo para quedarnos en él como en el tabernáculo en el que guardamos nuestra ley del acontecer del mundo. Nosotros no podemos, pero también es el caso que el propio mundo, con sus requerimientos y sus fisuras de sentido, no hace tampoco mucho para que nosotros, entregados a nuestros quehaceres pensativos, permanezcamos aislados de su marcha.
Así que, a pesar de mis resistencias y, tocado hábilmente por la amistad, ese mundo cercano, que lentamente empezó a girar a propósito de las elecciones europeas, me pedía que tomara, con mis maneras, parte en su formación. Pocas veces, tenemos oportunidad de ver cómo el mundo que tenemos a nuestros pies, el mundo que ha sido sostenido por determinadas creencias, empieza a agrietarse y a romperse, y pocas veces tenemos la oportunidad de ver surgir, de las hondonadas, un nuevo mundo. El que haya tenido una conciencia vigilante para el dominio de lo político habrá visto como, en poco menos de un año, se ha producido un cambio de juego en nuestro espacio público, de tal manera que pocos pueden negar que estamos en un momento importante y decisivo para nuestra experiencia política: las nuevas fuerzas, que configuraran nuestro mundo y con él nuestras vidas, bullen en estos momentos con tal decisión y brío que están enturbiando el tranquilo cauce por el que parecía que discurrirían, por tiempo, las aguas de nuestra política. Estamos en un momento ciertamente de cambio y, por ello, no es extraño que unos lo vivan con el temor propio de quienes saben que un mundo se hunde y otros con la fascinación propia de quienes saben que un mundo se levanta. Nuestro tiempo ha roto las viejas confianzas descosiendo el mundo que ellas tejían y las nuevas, aun estando preparadas, todavía no se han introducido para hilarlo nuevamente. Nos vemos, por ello, arropados con desgarraduras pero todavía no sabemos ni quiénes serán ni cómo serán los nuevos tejidos de nuestro mundo.
Así vivía, más o menos, mi tiempo, y así sabía que, con él tenía, que mudarme. Y fue aquí cuando caí en la cuenta de la causa que provoca el gran yerro de nuestra vida política: si el mayor peligro al que se expone nuestra política es el carácter patrimonialista con el que los políticos se apropian de lo público arrebatando para sí lo común, entonces era evidente, en primer lugar, que sólo devolviendo a los ciudadanos su espacio público y sólo procurando un ejercicio de verdadera ciudadanía, podría, en el horizonte de nuestro mundo, enmendarse tal desacierto y, en segundo lugar, que sólo participando cada generación en el espacio público podría renovarse la vida política. Hay que decir, para entender cabalmente esto, que la corrupción no es sino la consecuencia del ejercicio que ve lo común como patrimonio particular. Tenemos hoy la firme convicción de que el bipartidismo, que tan importante ha sido para dar estabilidad a nuestra democracia, hoy se hunde porque los partidos políticos, colonizando el espacio público y sus instituciones, han utilizado la posición de privilegio en la que se encontraban para ensanchar el propio patrimonio en vez de entregarse al trabajo en el espacio público como quien está de paso. No digo yo que los dos grandes partidos por igual hayan sido responsables de esta situación, pero la conciencia que hoy tenemos como ciudadanos es que los partidos que han gobernado por largo tiempo –que nadie se olvide de CiU– se han llevado a casa –o a sus paraísos– lo que era de todos.
Este sentido se ha hecho especialmente evidente cuando aquellos que son nuestros representantes se han convertido de facto en nuestros soberanos y nosotros los representados en sus vasallos. No son muchos los que ejercen en nuestras ciudades y nuestros pueblos el derecho de libertad de opinión en su condición de ciudadanos sin que esta opinión esté mediatizada por un partido político. Y es así, de este modo, como se tiene experiencia de que las instituciones han quedado en manos de los partidos políticos y de que, lo que habría de ser de todos, ha quedado al gobierno de unos pocos y siempre los mismos. Ni mi generación, ni la generación que me antecede ni la generación que va tras la mía han tenido verdadera oportunidad de configurar el mundo, con más o menos acierto, según sus creencias y decisiones, porque durante mucho tiempo nos ha parecido bien que fueran los mismos los que una y otra vez concurrieran y ocuparan los cargos de las instituciones públicas. Mientras los aplaudíamos no veíamos, en el furor de que estuvieran ahí los nuestros para que no estuvieran los otros, que perdíamos el lugar de ser nosotros mismos los que, asumiendo la responsabilidad que da el nacer en libertad, tendríamos que estar ahí. Los partidos cada vez han asumido más que sólo a ellos les compete sostener las instituciones que articulaban el espacio público y han olvidado, pese a su mala retórica, el sentido que tienen en la democracia: el de ser meros representantes elegidos para la gestión de lo público.
Que sean los propios partidos los que decidan y nos obliguen a votar a nuestros representantes es sólo un ejemplo más de esto. Los partidos políticos han olvidado interesadamente sus funciones representativas o vicarias del pueblo. Pero también es cierto que, si los ciudadanos ceden incondicionalmente su poder a los partidos, ellos se apoderan de las instituciones organizándolas a su servicio. Y no es extraño, llegada esta situación, que los que tendrían que saberse con el poder, se vean como beneficiarios del poder político y de tal manera que, siendo libres, terminen creyéndose deudores. Se trata del fenómeno del clientelismo que es una sustitución, en nuestras sociedades capitalistas, de la antigua figura del vasallaje. Sin el ejercicio de la ciudadanía responsable que implica que cada generación tiene que tener la oportunidad de ejercer su derecho de participación política, es difícil que se renueven las instituciones y con ellas el propio espacio público.
Pero hoy han irrumpido en nuestro espacio político nuevas fuerzas que tienen la firme voluntad de romper con esta separación, desvío y perversión de lo político. Efectivamente, cuando decimos que hoy han irrumpido nuevas fuerzas políticas que han hecho viejas políticas anteriores queremos decir que ya no queremos partidos que nos gobiernen de esta manera sino que nosotros mismos queremos ser los artífices de nuestro gobierno, es decir, queremos romper con las estructuras que han invertido el eje de las relaciones de la verdadera democracia. ¿Quién puede creer que algo puede cambiar en nuestra Andalucía si los que han estado en el poder han hecho suyas las instituciones políticas? Callamos y miramos a otro lado porque sabemos todo lo que nos jugamos en la exposición pública, pero esto significa que hemos renunciado a una de nuestras libertades fundamentales. Esta es la situación a la que se llega cuando una generación y otra han aplaudido a los mismos para que ocupen los más visibles lugares del espacio público y cuando la propia participación ha estado muy condicionada por determinadas políticas de partido. ¿Qué mayor prueba de patrimonialismo queremos que la que muestra que la representante máxima de un Gobierno hereda su cargo político y disuelve el lugar de la representación cuando sólo a ella le interesaba? Quien actúa así en un cargo político ya presupone que los ciudadanos son en el mejor de los casos buenos votantes, en el peor palmeros que nada ganan, y entre unos y otros, meros clientes que saben que su apoyo hoy tendrán beneficios mañana.
La vieja política es esto y la nueva política es la que ya no lo quiere. Y nosotros, que estamos entre una y otra, efectivamente, queremos que una deje paso a la otra, que una se hunda definitivamente para que la otra emerja y ocupe el lugar que le corresponde. Queremos una nueva política y con ella queremos vivir nuestro propio tiempo y hacer nuestro mundo. Nuestro tiempo es el tiempo de la participación política y el tiempo de mantener con nuestro propio trabajo la configuración del mundo que salga de nuestras manos. Ahora bien, somos conscientes que no somos iniciadores de esta democracia y mucho menos que no somos quienes queremos arrancar su raíz después de haber gozado de sus frutos. No queremos radicalizar nuestra democracia para empezarla de nuevo, ni queremos subvertirla con proclamas e ideas que esconden en su fondo propuestas totalitarias con la que se habla en nombre del pueblo pero se le usurpa sus derechos de ciudadanía. Sabemos que este tiempo tan nuevo es el tiempo que se abrió, para nosotros, tras la dictadura. Somos los hijos del perdón, de la reconciliación y del pacto político y nos reconocemos en la herencia de aquellos que, pese a sus diferencias, trabajaron en este proyecto común y que supieron apartar, en gran medida, las ideas y las políticas que, anteriormente, sembraron discordia, odio, pobreza y muerte. Por ello, nosotros, los que queremos una nueva política, sabemos que nada hay más nuevo que la democracia constitucional y no queremos más adjetivos que este para definirla. Amamos la libertad como el principal de nuestros valores y queremos que esta libertad sea consecuencia de la igualdad y queremos unas instituciones en las que estos derechos no sólo puedan garantizarse sino también promoverse. Pero también sabemos que esa igualdad no podrá defenderse si las tareas políticas y los cargos de responsabilidad no están abiertos a todos y si todos no pueden participar en las decisiones políticas. Queremos partidos para los ciudadanos y no queremos partidos que, blindando sus listas, nos obligan a elegir –ya no nos vale vivir en esta paradoja– a nuestros representantes. Y queremos, para que nuestra sea sociedad próspera, libertad de mercado para que sean los ciudadanos los que trabajen para crear riqueza para todos y no para la clase dirigente que vigila, con los medios del Estado, las puertas de sus despensas. Pero, al mismo tiempo, queremos que los menos aventajados no se vean marginados del espacio público para que no olviden ni posterguen en otros su propia condición de ciudadanos. Sólo así podremos vivir sabiendo que nuestras libertades básicas están garantizadas y que nuestro espacio público se sostiene social y económicamente con estabilidad. Porque, ciertamente, nada daña más la ilusión de los ciudadanos que el hecho de que el poder público imponga y dificulte los modos en los que puede prosperar la vida y nada daña más a los fines del trabajo que hacer a los ciudadanos sujetos pasivos del beneficio del Estado. Queremos, por ello, partidos políticos que entiendan cabalmente cuál es su papel en la sociedad y que se limiten a él. Y no queremos políticos que nos usen como ciudadanos con sus hábiles políticas de propaganda y que nos atemorizan con miedos para erigirse ellos, luego, como salvadores. Por último, no sólo esperamos que los partidos políticos, necesarios en un sistema representativo, se limiten a respetar las normas constitucionales sino que les exigimos algo más y muy importante: que promuevan los principios y valores constitucionales y que a partir de ahí creen, desde las instituciones, una verdadera cultura democrática que se sostenga en nuestras dos y más irrenunciables virtudes políticas: la libertad y la justicia.
Pues bien, ha llegado el tiempo de que madure en nuestro mundo todo esto que es tan nuevo pero, bien visto, tan viejo como la democracia. Nuevo, porque hemos de dejar de apoyar los que se han apropiado del mundo común y de las instituciones políticas. Viejo, porque no queremos más revolución ni más democracia radical que aquella que se funda, se sostiene y evoluciona desde el respecto a la Norma fundamental que constituyó nuestra democracia, no por tenerla como algo sagrado que se pierde en el tiempo sino porque ella es el resultado de un consenso determinado que nos dimos los ciudadanos como individuos que han aprendido a ser libres por sí mismos desde la promesa y obligación que asumieron de considerarse iguales en los derechos. Ha llegado un tiempo nuevo, se ha roto lo viejo y ahora hemos de participar construyendo ese mundo que también dejaremos a los que a él ahora llegan. Contamos con la experiencia y con el saber acumulado en estos años y contamos sobre todo con la ilusión de mantener, renovar, mejorar y hacer más fuerte este espacio político en el que la mayoría de nosotros hemos crecido y en el que deseamos también morir, es decir, en el que deseamos, dicho de otra manera, ver nacer a los que a él lleguen. Porque ya lo viejo es viejo y porque lo nuevo, pese a todo, es, antes que otra cosa, reconocimiento y valoración de la voluntad en la que nos dimos una Constitución, con la cual fue posible definir los contornos y los procedimientos para vivir democráticamente, digo y sostengo que el partido que mejor representa esta re-fundación en nuestro origen político de lo más viejo en lo más nuevo es, para mí, Ciudadanos. A ellos mi apoyo. Valga la página de este cuaderno como el relato del camino que me ha llevado a participar como ciudadano en Ciudadanos. Así es como he vivido la relación entre la vuelta a mi reflexión con la urgente necesidad de participar de alguna manera, y en mi medida, en este nuevo tiempo que se abre para nosotros. Lo diré, para finalizar, lacónicamente: soy Ciudadano porque soy ciudadano. Con ello solamente indicar lo siguiente: que este partido será el mío en la medida que no olvide el lugar en el que ha nacido que es tanto como decir que no olvide la condición primera que nos hace ciudadanos. Esto tendrá que llevar a nuestros representantes políticos a mantener siempre una actitud abierta, según mi opinión, hacia aquellos que siendo ciudadanos ya no quieren más políticos que corrompan el mundo público y hacia todos aquellos que siendo también representantes quieren construir y garantizar un mejor sistema democrático y también un mundo de la vida más ético. A ellos les pido que no olviden la carta en la que está escrita su credibilidad.
Agradezco a mis antiguos y nuevos lectores la injerencia de esta reflexión en sus vidas y pido, en buena lid liberal, que con las suyas propias me ayuden a mejorar la mía. Así me ayudarán a levantar este puente que tan difícil es de cruzar: el que une las orillas que van de la reflexión a la acción y de la praxis al saber. Un puente que, por otra parte, todos y cada uno como ciudadanos tenemos que cruzar, si no queremos que en la hondonada de nuestro tiempo, la corriente arrastre la morada, construida con el esfuerzo de tantos, en la que hemos vivido.
Arturo Enriquez de León dijo:
excelente reflexión. Somos dos ciudadanos, que confiamos en este nuevo entendimiento ciudadano… ojala la democracia se nutra de estas nuevas ideas para que todos progresemos y levantemos este bendito país.
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Agustin Palomar dijo:
Muchas gracias, así lo entiendo yo también.
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Antonio Cantón Cabrerizo dijo:
¿Ciudadanos?: Los de Izquierdas dicen que es de derechas, los de derechas que de izquierdas; los nazionalistas que es español, la extrema derecha que es catalan; los de Podemos que es un sucedaneo del Pp, los del Ppsoe que es populista. Por eso soy de Ciudadanos, porque es de todos los españoles, porque es liberal y progresista, por sentido comûn, por programa, por ilusion, por el fururo.
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Fatima Maria Martinez Diego dijo:
Buenos dias… Sí que es interesante
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Arturo Enriquez de León dijo:
Simplemente es un partido que cree en los ciudadanos y trabaja para el progreso de todos. Se nutre de las buenas ideas de cada ideologia para hacer una nueva España. La de todos.
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Francisco Velasco Rey dijo:
Buenas reflexiones en tiempos de verdaderas apuestas y otras alternativas necesarias.
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Filosofía política dijo:
Buenos días estudiantes de la cátedra de FILOSOFIA POLITICA les adjunto el documento sobre CIUDADANOS Y LA NUEVA POLITICA
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Agustín Palomar dijo:
Muchas gracias, por recomendar a tus estudiantes el artículo de mi blog. Nuestros pueblos serán más democráticos en la medida en que sus integrantes tomen conciencia de su ciudadanía.
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Filosofía política dijo:
Es verdad mi querido amigo, aquí en Colombia estamos en un momento de elecciones para la Gobernación y Alcaldías y es necesario que ellos repiensen el ejercicio político y ademas que hagan uso de ese mecanismo de participación democrático que es el voto, pues en mi país los chicos son apaticos a la política
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Luis Sáez Rueda dijo:
Gracias por tus entrañables palabras y por tu testimonio de ciudadano, querido amigo. En cuanto a Ciudadanos sólo me inquieta la ambigüedad inserta en el término «liberal».
Si no me equivoco, este término se puede entender desde dos puntos de vista: desde el que está vinculado a la libertad individual, que debe ser protegida como condición de una inter-relación social, por un lado, y el sentido que posee desde la óptica económica (libertad de mercado).
Con la primera acepción me siento comprometido, pues sin libertad individual no hay pueblo sino masa. Con la segunda acepción me siento insatisfecho: la libertad de mercado conduce, como ha diagnosticado el marxismo, a una lucha a muerte, darwinista, que genera desigualdades injustas (en el plano económico).
Bien, planteada así la cosa, si alguien se sintiese como yo, escindido en las dos acepciones del término «liberal», quizás podrá preguntarse conmigo si hoy se puede estar, al unísono, con el primer sentido de dicho término y contra el segundo.
Mi punto de vista. No, no se puede más que teóricamente. Pues en la práctica el capitalismo se ha convertido en una máquina que devora toda autonomía personal y, estando en la base ya, no sólo de la praxis del trabajo, sino de la vida en cuanto tal, hace dependientes la libertad personal y la libertad de mercado. Las hace inextricablemente unidas en un mismo destino.
A mi juicio (si entiendo bien el mensaje de este partido) Ciudadanos cree poder separar ambos sentidos, ambas prácticas, ambas formas de libertad. Y eso me parece ingenuo.
Hay que transformar la cultura entera de Occidente,no sólo sus estructuras políticas. Pues esta cultura, el suelo nutricio de la vida de occidente, está enferma, en su modus vivendi, en su modus operandi, en la comprensión global que porta del mundo. Una de las manifestaciones de su enfermedad es la falta de distancia entre modo de producción y modo de comprensión del mundo. El capitalismo es ya una forma de ver el mundo.
Hasta aquí mi reflexión. Gracias de nuevo, amigo, por incitarla. Un abrazo
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Agustin Palomar dijo:
Mi querido Luis, quería darte las gracias por leer mi artículo y, sobre todo, por tu generosa reflexión. Y quiero agradecerte especialmente que plantees un problema inquieto y profundo que nos tiene que hacer pensar a todos en la encrucijada en la que estamos. La cuestión a la que apuntas, y en la que yo apenas me entretuve, es fundamental: cómo hay que pensar la libertad en nuestro mundo y cómo hemos de pensar la libertad en términos políticos -como un derecho individual- y cómo hacerlo en términos económicos. La doctrina liberal clásica afirma que la libertad económica y la libertad individual son indisociables, pues la primera de las libertades es la libertad de mercado. Le asiste la razón de que parece improbable que sin libertad económica el individuo pueda disponer de otro tipo de libertades. El intervencionismo por parte del Estado, cuando es excesivo, merma la libertad individual. Las dictaduras son aquellos regímenes políticos donde la libertad de mercado es la primera de las libertades que se le es usurpada a los ciudadanos. Y en este sentido el liberalismo económico sostiene que la labor del Estado debe hacer que las leyes hagan posible el buen funcionamiento del mercado, cual árbitro, para dejar a la sociedad civil o burguesa que genere, mantenga y fortalezca la actividad económica. El liberalismo clásico se basa en la idea de que la libertad sólo es posible bajo la ley. El liberalismo sostiene que el Estado y sus instituciones no deben tener más propiedad ni más fundamento que la ley. El Estado no debe tener como propiedad los medios de producción ni deber ser el agente de la actividad económica. Sólo bajo el Estado de derecho pueda mantenerse la libertad individual, la cual es fundamento o posibilidad de otros derechos. Esta, dicho así de pasada, es la postura clásica del liberalismo en materia de economía. Ahora bien, entiendo que planteas algo más interesante que esto, que no sería el principal motivo de discusión: podría suceder que el desarrollo de la economía, no como un espacio público de intercambio sino como un sistema -dicho al modo habermasiano-, terminara por impedir esa libertad principal a la que apuntaba el liberalismo clásico. En este sentido es el que podría decirse que la maquinaria del capitalismo ha devorado la autonomía personal de tal manera que ya se habría perdido ese mundo de la vida, que no es sistema, de donde surgirían no ya la libertad y el respeto a la ley sino el deseo de libertad y de liberación. Esto no lo entenderían muchos liberales así tal y como está escrito. Pero yo creo que las formas de producción y consumo, promovidas por el capitalismo, producen una alienación en nuestra sociedades de tal manera que ya no sólo en la política y las instituciones sino en la sociedad misma parece que hemos renunciado a la conquista de la libertad y ello ha hecho posible, dicho sea de paso, que los políticos profesionales, que están dentro del sistema político –sistema aquí en el mismo sentido que antes, es decir, el que Habermas tomado de Luhmann– se apoderen del espacio público y lo toman como privado. Esta alienación, utilizando el lenguaje de Hegel y Marx, lleva a que la política pierda la referencia al mundo de la vida y a las necesidades de la razón como decía Kant. El consumismo, la burocracia, la división del individuo en la distintas esferas de acción, etcétera, son aspectos de esa alienación. Todo esto es bien conocido.
Pues bien, si te entiendo bien, este sería, reinterpretado, tu diagnóstico. Solamente voy a apuntar un par de cosillas: la primera, que mi artículo, tomando obviamente la distinción orteguiana, hablaba de una nueva política frente a la vieja. Y este sentido creo que esta nueva política está en el papel activo que están teniendo de nuevo los ciudadanos. Es verdad que eso ha venido a través de nuevas fuerzas políticas que ya empezaron a renovar el espacio público con movimientos ciudadanos. En un caso, oponiéndose en su origen a la vieja política a través del movimiento del 15M, democracia radical ya, etcétera; en otro, oponiéndose a lo más rancio de la política que es el nacionalismo, en otro recuperando los valores del conservadurismo. Es decir, creo que hoy asistimos a un nuevo momento en nuestra política donde hay una regeneración del espacio público y en este sentido hay una recuperación del mundo de la vida como espacio político. Un dato, es el mismo grado de participación en Andalucía. Esto ha cambiado y creo que este cambio ha llegado para quedarse. En segundo lugar, la cuestión es como hay que cambiar el espacio político. Y aquí es donde viene mi compromiso con Ciudadanos y lo que mi artículo quería aportar también. Ese movimiento de renovación habría que hacerlo desde el liberalismo pero desde el liberalismo que se ha dado en llamar igualistarista cuyo representante más conocido es Rawls. Está claro que es en este sentido en el que hablaba de un liberalismo en el artículo, un liberalismo que toma como programa político los Principios de la Justicia y que ve que ese camino es el más adecuado para construir el espacio político. En este sentido, Luis empecé a releer el liberalismo político de Rawls, que ya lo habíamos leímos en las tertulias de la AAFI, y modestamente tengo la idea de reajustarlo en aquello que me convencía. Este reajuste viene dado desde un punto de vista fenomenológico, porque claro los principios de la justicia están muy bien pero hay que ver como surten efecto precisamente desde el mundo de la vida para constituir la eticidad. Ciudadanos, hoy por hoy, es el partido que más se acerca a este liberalismo y lo que lo diferencia de otros partidos. Esto es lo que habrá que ir viendo. Gracias por tu reflexión porque así he aclarado la mía propia. Así es la filosofía y así la celebramos en tantos momentos en los que nos ponemos a dialogar. Un abrazo.
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Pedro Grullo dijo:
Hola, Agustín. Como sabrás, yo participo en Podemos, pero creo que es imposible la regeneración política que planteas en el artículo por la emergencia de un solo partido, por excelente que fuera, y por ello deseo que las nuevas fuerzas que aparecen ayuden a cambiar el panorama actual, ya que me parece que los objetivos más fundamentales son los mismos e incluso a veces los métodos también (la participación y el organigrama de partido son en Podemos y en Ciudadanos muy similares, hasta donde yo conozco). Por eso espero de verdad que Ciudadanos llegue a pesar más que PP o que PSOE en las instituciones españolas. Ahora bien, me quedo con ciertas dudas al leer tu artículo, y como es conveniente ser prudente cuando se habla con alguien más sabio que uno, en vez de comentarte, prefiero hacerte dos preguntas. 1. ¿No existe ya, de hecho, libertad de mercado? Es más, ¿no son los monopolios (como el de la electricidad en España), las puestas en valor de lo monetario sobre lo humano (como el juego de las farmacéuticas con el precio de medicamentos de los que dependen la vida de personas) e incluso los desahucios consecuencias del libre mercado en estado puro, o sea, de un dejar hacer al mercado? Porque si lo que propone Ciudadanos es un libre mercado compensado por un Estado de bienestar, entonces coincide con Podemos también en eso (quizás no en cuál debería ser el grado de control estatal), más allá de las ideas de ciertos radicalismos que, es cierto, se han introducido en el partido. 2. ¿No es contradictorio apelar a la necesidad de atenerse a la Constitución actual con la necesidad de regeneración? Quiero decir: ¿no se hizo esa Constitución según ese modo no participativo que denuncias, sin contar con la participación ciudadana más allá del depósito de un voto? Mucha gente ha asumido la idea de que Podemos propone derrocar toda ley ligada al Estado de bienestar y al orden institucional. La mayoría sólo pensamos que es necesario que la nueva generación, enfrentada a un mundo nuevo y con una nueva visión, pueda abrir un debate para modificar aquello que se considere necesario, precisamente sobre la base de la creencia en la necesidad de un Estado de derecho. Espero poder volver algún día a la AAFi y aprender otra vez de vosotros. Por cierto, muy bueno el comentario de Luis. Como siempre, llegando a las profundidades filosóficas que se reservan a los capaces. Un cordial saludo.
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Adm dijo:
Muchas gracias por tu aportación que es más que un comentario. Lanzaba la cuestión, porque creo que tenemos que ir articulando formas de entendimiento para hablar de lo fundamental y común buscando los puntos de acuerdo como base y aceptando las diferencias, gracias a las cuales, se construye, entre otras cosas, la vida política misma. En esto de la política todos, de alguna manera, estamos empezando. Y todos somos ciudadanos y este saber, cultivado, ha de ser el fundamental para nosotros. Así que todos aprendemos de todos. Vamos a los temas. Tal y como yo entiendo las cosas, la libertad de mercado en el liberalismo parte del concepto de libre competencia y la libre competencia es la manera en la que se evitan los monopolios. El Estado de derecho, y eso es lo que apuntaba, tiene que legislar y poner los medios para favorecer la libre competencia. En este sentido donde hay monopolios no hay verdadera libertad de mercado y esto vale no solo para el ámbito estatal sino para el internacional. En este sentido lo que sí hay es un gran déficit de libertad en el funcionamiento de los mercados y esto es especialmente importante, en la era de la globalización, en la industria alimentaria y en la biopolítica como tu mismo señalas. (Ha salido un libro bien interesante sobre el tema de la alimentación y las industrias titulado El Hambre en Anagrama). La libertad de mercado es la condición de prosperidad para la sociedad; ahora bien, el estado o los estados tienen la tarea de aprobar las leyes y crear las instituciones para favorecer la competitividad y garantizar, en las leyes, la libertad. Pero esto, por supuesto, no se queda aquí y hay en segundo lugar, que reequilibrar las situaciones de partida que son injustas. Por ello, apelaba en el artículo a la reformulación del liberalismo llevada a cabo por Rawls. Como bien sabes, lo interesante de esta propuesta es que intenta conjugar la libertad y los derechos fundamentales con la justicia social. El programa de Rawls es también social. Por último, la diferencia fundamental que veo entre Podemos y Ciudadanos -y es una diferencia muy importante- está en que el valor que da al constitucionalismo como fundamento y proyecto para la política. Y en esto el artículo creo que es claro. Es un error considerar que cada generación tendría que darse su propia Constitución o, en el mejor de los casos, su apropiación. El consenso constitucional es cierto que tiene que ser actualizado y esa, es en parte, la propuesta de Rawls con su overlapping consensus. Pero siempre, y esta es mi opinión, esa consenso tiene que hacerse sobre la base del primer consenso: el constitucional. Esto no significa inmovilismo alguno para la Constitución pero sí respeto para los valores que en ella se defienden y sobre todo para los procedimientos que ella arbitra. Y es aquí donde yo no veo clara la postura de Podemos que, aunque ha sido muy matizada últimamente, sigue con su idea de empezar de nuevo y en radicalidad el espacio político. . Mucho habrá que hablar y espero seguir haciéndolo cuando te reincorpores a las sesiones. Leyendo los pasajes de la Fenomenología de Hegel uno entiende muy bien la importancia del constitucionalismo, algo que va más allá, como algunos teóricos del derecho están mostrando también hoy día, del formalismo. Es la apuesta decidida por el Estado constitucional lo que no veo claro en Podemos. Un abrazo, querido amigo.
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Luis Chacón Martín dijo:
Un apunte sólo. En España no ha existido libre mercado, nunca. Este país ha sido estatista desde antes de inventar el estado. Decir que un monopolio es la puesta de lo monetario sobre lo humano no parece real; el monopolio va contra el ciudadano porque evita la competencia y los desahucios fueron responsabilidad en gran número de entidades estatales pues no otra cosa eran las finadas Cajas de Ahorros. En fin, en lo que coincidimos todos, hasta los liberales, es en que España requiere una regeneración que de paso a una sociedad libre y abierta.
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Luis Sáez Rueda dijo:
Querido Agustín, es de agradecer que exista un lugar como este en el que, como veo, se razona sin aspavientos, intentando colaborar entre todos en la reflexión. Es lo que falta en muchos foros de debate. No sé cómo habrás conseguido esto, pero te doy la enhorabuena, así como al resto de «comensales», que hablan con inteligencia y respeto.
Una apreciación más, y tomando en cuenta tanto tu comentario como los Pedro, Adm y Luis Chacón. Efectivamente, si la orientación es la de Rawls, entonces la libertad de mercado se ve compensada con la justicia social, que tendría que ser, en este caso, redistributiva. El problema de fondo, lo sabemos, es ese tan complejo (tanto que parece a veces como imposible de resolver) de la relación tensional entre libertad e igualdad. En este sentido, veo que cada fuerza que ha nacido del pueblo recientemente y que nos ilusiona a todos, tiene sus peligros. A Podemos (con el que comulgo más) le es inherente el riesgo al que alude Habermas en su capítulo IX de Faciticidad y validez, a saber, el de otorgarle al Estado un papel tan interventor (en pro de la redistribución de riqueza) que acabe convirtiéndose en una instancia tutelar, perdiéndose así la libertad individual en el pueblo, que queda reducido a la condición de un «cliente». El riesgo de Ciudadanos sería el inverso: el de minimizar excesivamente la intervención estatal hasta el punto de que la libertad de mercado nos engullera en la injusticia del darwinismo.
En cualquier caso, y en esto estoy en desacuerdo contigo, querido Agustín, nos encontramos en un momento en el que la potencia de la inercia capitalista rebasa con mucho el control del Estado, de la Constitución, de la Ley y del Derecho, por lo que no basta con reconducir tal problema (el del mercado capitalista) a la necesidad de una justicia constitucional. Hoy, el capitalismo, que ha adoptado una conformación reticular, globalizada (T. Negri), que ha adquirido los rasgos de toda una biopolítica actuante en la microfísica de la sociedad (Foucault y seguidores) y que se ha convertido en una fuente de enfermedades sociales por su «hiperexpresión semiótica» (Franco Berardi -alias Bifo-, me permito remitir a un resumencillo: http://www.ugr.es/~filosofiayterapia/ACTIVIDADES/Investigacion/Textosilustrativos/hiperexpresionyestetizaciondelmundo.htm), el capitalismo, digo, con estos y otros muchos funestos atributos, está por encima de los estados y los gobierna.
Es por esta cuestión de fondo por lo que vengo insistiendo desde hace mucho tiempo sobre la ingenuidad consistente en creer que los cambios de estructuras políticas, por sí mismos, puedan cambiar nuestro mundo presente. Disculpad (no quiero tomar más espacio del necesario), pero creo que es urgente que nos demos cuenta de que hay que añadirle a la política dirigida hacia el Estado esa otra a la que Nietzsche llamó Gran Política, que fue también aplaudida por Unamuno por otros caminos y que tiene por meta cambiar la cultura (en su sentido de ethos, sustrato de vida).
Si no me estoy poniendo pesado y alguien está interesado en esto, me permito también remitir a una nota de mi blog en la que distingo entre «política fáctica» y «ontopolítica»: http://www.ugr.es/~lsaez/blog/Welcome.htm#granpolitica
Gracias de nuevo por mantener vivo el pensamiento, Agustín. A veces le quitamos todos mucho tiempo a nuestro estudio para escribir sobre estas cosas, pero es la única forma de estar mínimamente comprometido. Me voy a Hegel, que me toca la próxima reunión y ¡no entiendo náaaaaa! Abrazos.
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Pedro Grullo dijo:
Agustín, creo que tienes razón en lo último. Por diferentes motivos, creo que Podemos no ha dejado suficientemente clara sus propuesta de relación entre regeneración y constitucionalismo. A menos de un año de las primarias, es algo que tendremos que transmitir con claridad. Lo haré saber en mis ambientes cercanos. Por cierto, creo que lo que hace posible una conversación tan amena entre dos personas de movimientos en pugna tiene que ver con un modo de ejercer la razón que va más allá de la opinión concreta en cada caso. No hay ideologías cerradas donde hay raciocinio. Para la próxima vez en que encontremos una fractura de la vida, tendremos que hacer el partido de la filosofía. Que vaya bien.
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Pedro Grullo dijo:
or cierto, la prueba de que la idea de fondo no es derruir la Constitución actual es que a menudo se apela a ella desde Podemos: al hablar de derecho a la vivienda, por citar el ejemplo más común. (No hace falta que me digas que en Podemos hay gente más radical que yo. Yo soy quien los sufre.)
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Luis Chacón Martín dijo:
Seamos serios, las apelaciones a la Constitución desde Podemos son anecdóticas; el recurso a la casta, a la revolución pendiente a la nacionalización de todo lo que se mueve y produce, a la ampliación del estado, etc. es lo habitual y eso, está fuera de la Constitución. No soy yo amigo ni de asumir por decreto lo que nos legaron ni de entender sacrosanta una Constitución, más si es como la española que regula demasiadas cosas y es demasiado extensa. Se ve que el viejo libro de Ferdinand Lasalle, «¿Qué es una Constitución?» ha dejado de estudiarse. Visto desde fuera, lo que Podemos quiere es acabar con este orden constitucional y si no es así, lo disimulan muy bien.
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Pedro Grullo dijo:
a afirmación de que lo que se pretende es » la nacionalización de todo lo que se mueve y produce» es completamente falsa. Por otro lado, es cierto que Iglesias y demás personajes televisivos lanzan mensajes que llevan (o llevaban, podríamos decir después de los cambios de los últimos meses) a pensar en modos radicales de actuación política, pero Podemos no es Pablo Iglesias. Aún así, lo he visto defender cosas como la gestión privada de la electricidad en España, siempre y cuando el Estado asegure la inexistencia de monopolios. Las referencias a la Constitución tienen que ver con la defensa de determinadas propuestas sociales relacionadas con necesidades básicas, lo cual supone asumir que la Constitución ha de respetarse tal como está en cuanto responde a la realidad actual y, a partir de ella misma, abrir la posibilidad de realizar los cambios que sean necesarios. Hasta tal punto es así, que he conocido a gente dentro de Podemos que defiende el mantenimiento de la monarquía, lo cual es absolutamente contrario a un intento de anular la Constitución actual. Dicho lo cual, y para no entrar en diálogos demasiado extensos (aunque sin duda interesantes), siempre pido lo mismo a la gente prudente y racional: por favor, por respeto a la gente que está en Podemos, y dado el trato que se da desde los medios al partido y a sus líderes (única cosa que parece interesar en el ámbito de la comunicación), agradecería mucho que se hiciera una distinción entre las críticas a Podemos y a sus líderes, porque hay mucha gente trabajando con raciocinio y moderación, y lo atropellado de los acontecimientos nos está dificultando trabajar a la vez los mecanismos de control de los de arriba y de visibilización por un lado y toda la labor de organización y generación programática que exigen los procesos electorales por el otro. En las autonómicas muchos compañeros de Podemos tuvieron muy buena sintonía con la gente de Ciudadanos (una amiga de Podemos se coordinó con unos chicos de Ciudadanos para controlar que la papeletas del otro estuvieran como debían). Detalles minúsculos, cierto, pero ojalá se puedan encontrar vías de entendimiento en lo básico para ir más allá de donde estamos y que podamos pelearnos ya en un mundo más limpio. Un saludo. Nos vemos en la próxima.
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Luis Chacón Martín dijo:
Verá. Yo, como ciudadano normal sé de los partidos lo que es público. Y la ideología que transmiten las caras conocidas de Podemos distan mucho de lo que usted cuenta. Más, cuando su presencia televisiva no puede decirse que sea parca. Así que, o vemos televisiones distintas o usted, como el replicante de Blade Runner «ha visto cosas que yo no creería…» Y no me refiero a naves en llamas más allá de Orión sino a un partido claramente estatista, lo cual no es novedad en España y legítimamente situado muy a la izquierda. Otra cosa es que a la vista de los despachos enmoquetados, decida moderarse. Pero esa historia tampoco es nueva. Y si algo me sorprende es lo de que haya monárquicos en Podemos. Me imagino a la reina organizando un Círculo en La Zarzuela. Un saludo.
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Adm dijo:
Se trata de hablar y dialogar y de ir acercandose a las posiciones que no son las nuestras. En primer lugar, quisiera agradecir a Luis G. Chacón Martín sus reflexiones. Solamente quería apuntar que no existe ni puede existir algo así como un mercado libre perfecto. Y que no pueda darse es un principio constitutivo del liberalismo que asume que siempre es mejor dejar en economía libertad a la inciativa privada que el intervencionismo del Estado, aunque la iniciativa privada sea imperfecta y el intervencionismo aspire al perfecto funcionamiento del Estado. Ahora bien, el Estado como Estado liberal tiene la obligación de regular mediante leyes e instituciones las condiciones para que esa inciativa privada o esas empresas puedan entrar en el mercado en buena lid o competetividad. Tienen que garantizarsem, por ejemplo, la calidad de los bienes que se producen y su información, también los derechos de quienes lo producen y tiene que evitarse los monopolios pero sin estatalizar la economía que es convertirla en el monopolío del EStado. Esto es un dificil equilibrio que tiene que guardar el liberalismo. Pero es cierto lo que apunta Luis Sáez Rueda de que, hoy por hoy, mientras la política tiene como ámbito sobre todo el Estado nacional, la presencia de economía en nuestras vidas sobrepasa ese ámbito y las decisions económicas y de política económica se escapan muchas veces a los propios Estados pero también a los ciudadanos. El mercado, es verdad, siempre ha roto las fronteras de los Estados pero estamos en una nueva etapa de un proceso parece en el que se los bienes del mercado más que bienes producidos son el propio capital. Y esto exigiría instituciones política internacionales que vayan más allá de los marcos de actuación nacionales. ^Parecía que caminábamos en esa dirección al menos en Europa pero hoy hay signos de que ese camino no está tan expedito como se pensó. Creo que el liberalismo tiene que ver como hace frente a este nuevo reto y al problema de la distribución equitativa del bienestar y de la riqueza. Dejo apuntado esto por un lado.
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Luis Chacón Martin dijo:
Las reglas no tiene porque ponerlas solamente el estado aunque a mi no me parece mal que lo haga cuando sus instituciones han sido democráticamente elegidas. El problema, Agustin es que el estado no sólo regula – es decir, establece las reglas del juego- sino que también juega con una miríada de empresas públicas y semipúblicas y además, cambia las reglas del juego cuando le viene en gana, subiendo impuestos o exigiendo tasas para mantener su estructura oligárquica. El mercado libre y transparente existe y puede existir pero, al final, las regulaciones de los estados lo prostituye, En fin, al final, siempre hay que recordar a Hayek y concluir que nos gobiernan socialistas de todos los partidos, incluyendo a los llamados neoliberales que sólo tienen de liberales lo que Stalin de socialdemócrata y sólo son radicales de la desregulación.
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Admin dijo:
También quiero apuntar lo siguiente respecto a Podemos y la Constitución. Y le haría una pregunta a Pedro Grullo. Si Podemos es un partido constitucionalista, tal y como aquí lo has descrito, ¿no perdería Podemos lo que parece mas propio de Podemos? No se trata de aceptar aisladamente algunos de los derechos de la Constitución, como el derecho de a la vivienda o el derecho al trabajo -curiosamente derechos que no pueden garantizarse por ley y que dependen sobre todo de las condiciones económicas – sino en si acepta la Constitución como una norma fundamental, como una ley que define los procedimientos democráticos y como un proyecto ético. Nadie va a negar los derechos fundamentales, ahora bien otra cosa es aceptar las reglas de juego democráticas establecidas como normas legítimas que tienen sus propios procedimientos para reformarse. No creo que Podemos valore la Constitución en este sentido y hasta lo que he visto y he hablado una parte importante de Podemos se sienten vinculados con momentos y modelos políticos preconstitucionales. Hay una cosa que sí reconozco. Y ahora desciendo a la anécdota. Mientras el día de las elecciones otros partidos políticos parecían que tenían órdenes desde arriba –según concluimos algunos apoderados– de no hablarnos y no dirigirnos la palabra –espero que eso sólo fuera en Granada–, con los compañeros de Podemos hubo un trato cordial y, efectivamente, nos ayudamos en la recogida de actas y demás cosas. Pero, según alguien me confesó, su modelo era el republicano y llevaba siempre la bandera que así lo atestiguaba. Me alegré, como le dije, por sus ideas republicanas, es decir, por valor político del a la participación. Se alegró al decírselo y acto seguido le comenté que se puede ser republicano, en este sentido, dentro de una monarquía constitucional. Y que muchos que son republicanos se jactan de defender dictaduras en las que se persigue el derecho de la libre participación política y que la mayoría de los monárquicos no tienen problema alguno en ser, en este sentido,que es el importante, republicanos. Añadí algunas cosas más, pero me miró con extrañeza y me dijo “anda y no me líes”. Con esta anécdota contesto, en parte, la relación que yo veo entre Podemos, la Constitución y como ellos entienden que habría que renovar el espacio político. Yo creo que Podemos más que de una renovación del espacio político desde la Constitución aboga por abrir un nuevo proceso constituyente. Este proceso en su fondo lleva la semilla de la revolución. Por eso, si esto no es así, y si Podemos es constitucionalista o, al menos los que así pensáis, quizás no sería mala idea que abandonarais esa formación política y os pasarais a Ciudadanos. (Esto es una broma, por supuesto). Lo que sí me gustaría saber, más allá del que yo mismo puedo barruntar, es saber qué pensamiento político, qué referencias en el pensamiento tiene Podemos o a cuáles se acerca.
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