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Arendt, deuda, discurso político, globalización, herencia, mercado, responsabilidad política
Pido para evaluar la responsabilidad de las decisiones políticas una mirada puesta en el horizonte del tiempo, pido una mirada que contemple la vida, es decir, una mirada que supere la inmediatez de la estadísticas, de los sondeos de opinión, de las elecciones y de la técnica política, pido una mirada que contemple el daño o acierto que las decisiones de unos pocos provocan en otros muchos. Si miráramos de este modo a quienes nos gobiernan, entonces habría que concebir la política más que como un sistema y una oligarquía de partidos como un espacio de relación sostenido, al menos, por un principio: el de la igualdad jurídica.
Bastaría para ello con recalar en el contenido de las palabras que se articulan en los discursos políticos para desenmascararlas de su uso ideológico, en el sentido marxista del término, y devolverlas a su lugar en el conjunto de los discursos humanos. Si hoy tuviéramos que elegir un par de palabras alrededor de las cuales se forjan ahora los discursos políticos, no cabe duda de que, entre estas palabras, estarían “deuda” y “herencia”. La crisis es herencia de una deuda, herencia que cierra en el futuro el horizonte de posibilidades de una sociedad. Una generación ya ha heredado esta deuda; pero, seguramente, las próximas generaciones serán también deudoras de esta herencia. La deuda señala ahora y señalará luego el modo como unas generaciones entendieron su relación con otras. La deuda son números para las administraciones y para el sector privado; pero, desde el punto de vista histórico y de las oportunidades, la deuda, en el contexto de la crisis económica, se manifesta como lo que ha marcado ya la vida de una generación y acomo lo que marcará el destino de las venideras.
Comentaba mi gran amigo Salvador, y su queja era profunda, que qué había hecho él y su generación para estar en la situación en la que están. Ha habido ya una generación a la que se ha privado de oportunidades de trabajo, a las que se le ha privado de sus oportunidades. Ya con casi treinta años a la espalda muchos de ellos no han conocido lo que es un trabajo digno, lo que es cotizar a la seguridad social, lo que es poder iniciar proyectos de vida personal y lo que es poner en juego sus propias capacidades. Lo vieron claramente los clásicos y nos lo volvió a recordar Arendt: sin trabajo, sin la participación en la vida económica, la vida de una persona queda reducida a su esfera privada, porque querámoslo o no, la apertura al espacio público y político de relación se realiza en nuestra sociedad a través del trabajo.
Hans Jonas, siguiendo el camino de la Ilustración, nos habló de una ética universal orientada al futuro, es decir, de una ética que debe procurar “la representación de los efectos remotos”. Este era para él el primero de los deberes de una ética. Jonas elaboró los principios de una ética de la responsabilidad en la era de la “civilización tecnológica”. Yo creo que ahora, completando la propuesta de Jonas, tendríamos que elaborar una ética de la responsabilidad orientada al futuro en la que es ya nuestra era: la de la globalización y de la crisis. Una ética orientada hacia la responsabilidad de los efectos que provocan a las generaciones venideras las decisiones que toman los que nos gobiernan hoy. Tenemos la honda impresión de que muchas de las decisiones políticas, al margen de este principio, se han regido por lo siguiente: beneficiar cuantiosamente a unos pocos próximos aun perjudicando irreversiblemente a otros muchos lejanos y alejados, tanto en el espacio como en el tiempo de los círculos de poder político.
Pero, en la era de la globalización, ¿quién se hace responsable del daño que se produce a los que ya no estarán con nosotros? ¿Quién es el responsable del daño que se ha hecho a esta generación perdida? ¿Qué sujeto? Parece que en nuestra era muchos han colocado en el centro de sus críticas al mercado. El mercado, como sujeto, es fraccionario y tiene la raigambre del humo. Y, en este espacio globalizado, parece que la responsabilidad de las acciones individuales se diluye como ese humo agitado por los vientos. Pero yo creo que muchas malas decisiones se han ocultado bajo la presencia de ese “omnívoro sujeto” convertido en sustancia de todo otro accidente. Quien culpa a los mercados bajo la consigna del neoliberalismo suelen olvidar que la economía, también la economía financiera, está regida en última instancia por decisiones de sujetos a los que cabe imputar una responsabilidad, ya sea moral, civil o penal, y creo que el mercado ha funcionado en muchos aspectos como la gran ideología que ha ocultado muchas de esas malas decisiones políticas. Me resisto a creer que ya, definitivamente, el poder político, el poder de toma de decisiones para una comunidad humana, haya quedado subsumido bajo el poder político; más bien me inclino a creer lo contrario: que la apelación al mercado en los discursos ha dado vía libre a muchos políticos para malgastar un dinero que, como el mercado, era de todos y de nadie. (En mi cabeza retumba todavía la conferencia de un político, diputado por más señas, que hablando de la crisis trazó una crítica furibunda al poder de los mercados pero en ningún momento dejó apuntada alguna, aunque fuera leve, responsabilidad a los políticos).
Nadie tiene derecho a gastar lo que no puede pagar y nadie tendría que poder pedir prestado lo que no puede devolver. Es una regla simple pero en moral, como nos enseño Kant, las reglas son así. No tenemos derecho a dejar el peso de la deuda sobre las generaciones venideras, sobre nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. ¿Por qué habrían de pagar ellos nuestras desmesuras? Pero la cuestión es, moralmente, más grave, porque, a estas alturas de la crisis, nadie duda de que mucho de lo que se ha gastado no ha sido para inversión o mantenimiento sino para despilfarro. “Invertir” significa pensar en los otros desde nuestro presente que será su futuro; “despilfarrar”, por el contrario, pensar en los otros desde un presente que será para ellos, en su futuro, la carga de un pasado. Creo que en ese espacio de relación en el que puede ser pensada la política ya va siendo hora de concebir un imperativo que de forma categórica mande tomar decisiones que no dañen a las generaciones futuras. Se me dirá que cómo sabemos, en el contexto de la globalización, si nuestras decisiones beneficiarán o dañarán a los que nos seguirán en el espacio político. Esto no podemos saberlo a priori, pero de las fauces de esta crisis va quedando la convicción siguiente: aquello que daña el bien de las generaciones presentes será también un daño y una mala herencia para las generaciones futuras. Por ejemplo, se nos hace evidente que lo que se malgasta hoy se convertirá proporcionalmente en deuda para mañana, una deuda que, cerrando el horizonte de las generaciones que nos sucederán, arruinará trambién, en muchos casos, unas vidas que no son nuestras. A esto no hay derecho.
Manuel Cobo Prados dijo:
Estupendo artículo, tienes toda la razón.
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Manuel Cobo Prados dijo:
Yo ahondaría más en el asunto, porque no toda la culpa (sólo gran parte de ella) es de los políticos. Ellos son el reflejo de la sociedad, ya que somos los ciudadanos quieres de una forma mas o menos consciente los elegimos. Los políticos son el reflejo de una sociedad pusilánime, egoísta. Hoy protestan los mineros porque les quitan las subvenciones, otro día los funcionarios porque les bajan el sueldo. En definitiva cada uno se preocupa de salvar su culo, pero si se trata del culo del vecino … Por ejemplo, ¿cuántas personas han salido a la calle a celebrar la victoria en la Eurocopa? asunto del que me alegro mucho, y ¿cuántas personas mostramos nuestra indignación el 15M? Pues muy pocas en comparación con lo primero y creo que la causa es mucho más trascendente para nuestro presente y para el futuro de nuestros hijos. En definitiva, tenemos lo que nos merecemos. La buena noticia es que podemos cambiarlo, pero claro, eso depende de nosotros y de nuestra voluntad.
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admin dijo:
Muchas gracias Manuel por tu comentario. Efectivamente, yo estoy contigo en que un pueblo tiene los representantes y gobernantes que se merece y esto, teóricamente, por el principio de las elecciones. Pero yo creo que esto es así solo en principio: hemos tenido unos políticos que no han estado a la altura de los problemas a los que tenían que enfrentarse, y que, sistemáticamente, nos han hecho mirar hacia otra parte, mintiéndonos. Nuestra democracia representativa no goza de salud, porque entre gobernantes y gobernados está lo que yo llamo la «cuestión ideológica» que, en un amplio abanico de formas y procedimientos, hace posible la MANIPULACIÓN de los gobernados por los gobernantes. Algunas de estas formas son el control sistemático del poder de los medios de comunicación, el control de las instituciones del poder judicial, y también, por ejemplo, el adoctrinamiento en la educación. La salud de una democracia se aprecia en la libertad para expresar las opiniones y aquí,al menos en donde nosotros vivimos, y eso lo sabemos de sobra, hay que tener cuidado con lo que se dice y se hace, con quien se critica. Por estas razones, y otras parecidas, creo que en realidad a nuestros políticos cabe exigir una responsabilidad para sus acciones y decisiones que no corresponde a la generalidad del pueblo. Creo que no elegimos a nuestros políticos, sencillamente, bajo la transperencia, el conocimiento y la libertad que exigiría una democracia saludable. Por ejemplo, es penoso que mucha gente tendrá que esperar que ganemos un mundial o la eurocopa para poder mostrar con orgullo la bandera de nuestra nación. Fíjate que incluso el término «nación», políticamente neutro en principio en cuanto a las posiciones política,tiene en nuestros discursos políticos ya un determinado significado connotativo. Ahí se demuestra como ha funcionado la manipulación del lenguaje.
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admin dijo:
La certeza de que nuestros hijos vivirán en peores condiciones que nosotros debería darnos fuerza moral para denunciar con libertad los abusos de poder que vemos.
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admin dijo:
«Lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente»
J. Ortega y Gasset
(Leído en El corazón helado de A. Grandes)
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José Ramos Salguero dijo:
Amigo Agustín, permíteme que homenajee tu oportuno y profundo (como siempre) comentario, al tiempo que celebro nuestra convergencia «ideológica» en cuestiones fundamentales (creo que la divergencia es interesante pero no en cuestiones de principio). Vienes a decir, con tu untuoso y seductor estilo, que no hay problema económico o estructural, sino moral o personal, es decir, político; que no hay problema de desacierto económico en la inversión sino, claramente, despilfarro; que eso es una irresponsabilidad moral y que no hay derecho, sino que no debería quedar impune. Verdades como puños, y, sin embargo, necesarias de entonar, como tú bien haces. El «mercado», como «la crisis», son mitos en el peor sentido, fantoches ideológicos (en el peor sentido) para enmascarar la verdad y librarse de responsabilidad. Mito es lo que consideran algunos que es la «moral», la libertad y la responsabilidad. Así nos va. Qué falsa doctrina y qué mala educación, que engaña y desorienta a tantos, e impide afrontar la raíz de los problemas de donde únicamente puede provenir su remedio. Llevas también razón en una de tus apostillas: no todos tenemos siempre lo que nos merecemos (eso sería otro mito desorientador que nos aleja de los remedios), porque la libertad y responsabilidad de los otros cuenta y actúa igual que la nuestra.
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